Los
primeros pobladores que llegaron a América trajeron consigo un bagaje
cultural que muy probablemente incluía creencias, observaciones y
prácticas que con el tiempo fueron evolucionando y tomando
características propias, de ahí la presencia de elementos comunes no
sólo dentro de Mesoamérica, sino también, aunque en menor grado, con los
pueblos del Norte y el Sur de América.
Sin
embargo, son los mayas antiguos quienes a lo largo de su historia,
desarrollaron una cultura que se considera la más elevada del continente
americano.
Su
pensamiento filosófico y religioso los llevó a concebir una visión del
mundo donde las partes conformaban un todo unificado, mantenido por el
orden y el equilibrio, cualidades que habían sido dadas por los dioses y
era menester del hombre conservar. La posición del hombre sobre la
Tierra era pues, de mucha responsabilidad, y así fue asumida por los
nobles y los plebeyos, de acuerdo a la carga de cada cual. El cielo y
las estrellas, la naturaleza y los fenómenos físicos, los procesos
vitales y el quehacer del hombre, conformaron ese gran libro del que los
mayas derivaron sus conocimientos.
La
cultura material de los antiguos mayas se conoce a través de las obras
arquitectónicas y los monumentos en piedra, así como a partir de la
cerámica y los objetos de arte que aún se conservan.
Los
patrones de distribución de las estructuras arquitectónicas y su
asociación con elementos del paisaje y con algunos cuerpos celestiales
que hoy estudia la arqueoastronomía, así como los relatos iconográficos
de los relieves y pinturas, dan cuenta de los valores y los símbolos que
orientaron su formulación y plasmación material.
Desde
los albores de la humanidad, el ser humano ha creado sus propios
espacios y los ha decorado con los símbolos que son importantes para
ellos.
Ya
en las cavernas, el hombre primitivo fue capaz de generar espacios
donde podía comulgar con la sacralidad que percibía en todas las formas
de vida, incluida la propia.
A
partir de la necesidad de crear artefactos que resolvieran las
necesidades físicas básicas de manutención, vivienda y seguridad, se
inició también la creación de obras de arte, que con el tiempo fueron
creciendo en complejidad técnica y simbólica, hasta llegar a los grandes
monumentos, imponentes construcciones y delicados objetos, que en su
conjunto, marcan el apogeo material e intelectual de una cultura.
Las
fuerzas imprevisibles de la naturaleza, los fenómenos metereológicos,
así como el misterio de la vida y de la muerte, crearon tantas
interrogantes como explicaciones se fueron dando. Las cuestiones que
trascendían la comprensión inmediata, fueron adjudicadas al quehacer de
los dioses; pero la responsabilidad en el mantenimiento del orden en las
cuestiones humanas, recaía en aquellos individuos –los más capaces del
grupo– que con su participación, coadyuvaban en la obra de los dioses:
los nobles y los sacerdotes.
Los
antiguos mayas, a través de su arte, expresaron un conocimiento y un
sistema de pensamiento que derivaron de la observación de la naturaleza y
de su relación con el cosmos. Las manifestaciones artísticas, tales
como la arquitectura, la escultura, la pintura, la poesía, la música y
la danza, fueron medios para representar los valores que fundamentaban a
la sociedad: la estructura del cosmos y de la realidad en términos de
tiempo y espacio, los poderes divinos y su interacción con los hombres,
así como las relaciones con los ancestros.
Para
los mayas, el mundo físico era una manifestación material de la
realidad espiritual. El mundo estaba vivo, era obra de los dioses, y su
esencia sagrada estaba especialmente concentrada en ciertos lugares,
como las montañas, las cuevas y los cuerpos de agua.
Cuando
los mayas construyeron sus ciudades, buscaban recrear el paisaje
sagrado que los dioses habían generado durante la creación; así, las
pirámides representaban las montañas, siendo las entradas a los templos,
las cuevas; las plazas eran el mar primordial de donde emergieron, y
las estelas, los árboles.
De
esta manera, los centros ceremoniales presentaban un patrón sagrado
original que se reforzaba por la creación humana que ahí se realizaba.
Las mismas estructuras piramidales fueron construidas en plataformas que
recreaban la composición interna de los cielos y el inframundo.
Sin
embargo, la función de todas estas creaciones que conforman el arte
público no era sólo religiosa, sino también política; los edificios y
los monumentos se convirtieron en instrumentos que confirmaban una
historia y una identidad, que compartían el pueblo y sus gobernantes. La
ideología, así como la religión, originaron tanto los patrones urbanos
como la organización social.
Toda
obra era testimonio de grandeza del gobernante que la ordenaba, por lo
cual era motivo de orgullo tanto para el grupo en el poder, como para la
comunidad en su conjunto.
Los
gobernantes realizaban la construcción de nuevos edificios y
monumentos, para consagrar espacios y para conmemorar la celebración de
eventos o hechos mayores en la familia real, el completamiento de
ciertos períodos de tiempo y también las victorias en las batallas.
Semejante
arte monumental inspiraba seguridad y lealtad al gobernante, pues era
prueba tangible de su poder y su capacidad. El arte público seguramente
también cumplía con funciones de educación y sujeción pues a través de
él se educaba a la población en materia de historia, religión y
astronomía.
El
centro de toda construcción, desde el fogón de una humilde vivienda
hasta la gran plaza de la capital señorial, era el punto sagrado por
excelencia, el núcleo u ombligo a partir del cual se proyectaba y
delineaba el espacio, así como lo habían hecho los dioses en el momento
de la creación y lo siguen haciendo los campesinos en las milpas
(sembradíos de maíz) y los sacerdotes en sus altares.
En
el pensamiento de las culturas del Altiplano Mexicano, por ello se
decía que en el centro del universo habitaba el dios del fuego Xiuhtecuhtli, también conocido como el más anciano, Huehueteotl.
Así,
en el centro de cada ciudad se encontraba el recinto sagrado en donde
se concentraban las pirámides con sus templos en la cima, los edificios y
las plataformas de uso religioso, administrativo y residencial, así
como las plazas, las canchas para el juego de pelota y las esculturas
monolíticas llamadas estelas, en donde se registraban los
acontecimientos y los rituales de la clase gobernante. Eran espacios a
los que la población no tenía comúnmente acceso, salvo en ciertas
ocasiones, para participar en ceremonias, festivales y mercados.
La creación artística era un acto ritual; la palabra que lo define es itz,
término que se relaciona con el concepto de habilidad y conocimiento,
pero que también significa sustancia mágica o elemento por medio del
cual se realiza la magia. La principal deidad masculina del panteón
maya, Itzamna, lleva en su nombre esta partícula que denota sus
cualidades creadoras.
Para
la elaboración de objetos rituales, el artista debía de prepararse a
base de ayunos, abstinencia sexual y oración, apartado de la comunidad.
En el proceso de la elaboración, el artista buscaba imprimir una fuerza
suprahumana a los objetos, de tal forma que, cuando fueran expuestos y
utilizados, los dioses y la comunidad percibieran ese poder.
Para
los mayas, como el mundo de los vivos estaba estrechamente ligado al
mundo de lo sagrado, todas las actividades que realizaban, ya fueran
rituales, agrícolas o de guerra, el comercio, el matrimonio y otras
celebraciones, se pensaba que para que fuesen exitosas, debían
efectuarse en los lugares y en los momentos propicios y con los objetos
rituales apropiados.
La
supervivencia del grupo estaba asegurada por esta noción de interacción
entre el medio divino y el humano, pero también por la cohesión de la
sociedad, el apoyo mutuo y la coordinación requerida para llevar a cabo
las actividades de diversa índole.
El
tipo de jerarquización de la sociedad y los principios cosmogónicos que
la sustentaban, aseguraban a cada individuo un lugar en la estructura,
donde cada uno compartía con el resto, tanto los principios como los
propósitos. El gobernante y el campesino concebían el mundo de la misma
manera, y sus vidas estaban estrechamente relacionadas, sin embargo, la
comprensión de la realidad y el lenguaje simbólico que la codificaba
era posesión de las clases nobles.
El
azar y la casualidad no eran condiciones detrás de los acontecimientos,
sino que la comunidad en su conjunto compartía un saber consciente de
que todo cuanto sucedía era resultado directo de sus acciones y de su
relación con los dioses, con el medio divino y los ancestros.
En
la antigua sociedad maya, el gobernante era el gran responsable del
bienestar de su pueblo. Se creía que los reyes tenían un origen divino
(como en tantas culturas), y así, su ámbito de acción era tanto el medio
espiritual como el material. Eran ellos los encargados de mantener el
equilibrio cósmico mediante la adecuada realización de los rituales y
las ceremonias, pero también eran los responsables de proveer el
bienestar material a su pueblo, por medio de la organización de las
faenas agrícolas y el establecimiento de benéficas relaciones
comerciales y políticas con los pueblos vecinos.
Los
ancestros han jugado un importante papel tanto entre los mayas antiguos
como entre los modernos, y se les considera del mismo nivel cosmológico
que otros seres celestiales. A través de sueños y rituales, los
gobernantes buscaban comunicarse con estos seres, solicitando sus
consejos, ya fuera para resolver cuestiones de la comunidad o recibir
conocimiento.
El
campesino común, aunque estaba principalmente involucrado en
actividades relacionadas con la agricultura, la consecución de
materiales para la construcción de la vivienda y de objetos necesarios
para su vida cotidiana, también realizaba rituales y ceremonias que en
esencia guardaban los mismos valores e intenciones que las realizadas en
los grandes centros ceremoniales. Probablemente las prácticas de los
shamanes-sacerdotes actuales son la herencia recibida a través de
generaciones de esos mismos campesinos que lograron mantener vivas
algunas tradiciones a pesar del peligro que ello implicaba.
Estas
similitudes, encontradas y organizadas para su estudio por los
investigadores modernos, tanto en comunidades actuales como en fuentes
históricas y contextos arqueológicos, han venido a constatar la
información que se empieza a descifrar en la escritura de los antiguos
mayas y en el complejo sistema simbólico representado en el arte.
Además
de sus creaciones artísticas, los mayas dejaron un interesante legado
intelectual dentro de áreas tales como la astronomía, las matemáticas,
la calendárica, la cosmología y la religión.
ASTRONOMÍA
Los
acontecimientos estelares no eran meros eventos astronómicos como los
ve hoy en día un astrónomo, sino que para los mayas, como para muchos
pueblos de la antigüedad, se trataba de eventos de magnitud e índole
cósmica cuyos actores eran deidades y una miríada de seres
sobrenaturales.
Así,
el Sol, la Luna, el planeta Venus, por mencionar sólo algunos, eran
considerados entidades supremas, dioses a los que había que conocer,
mantener y rendir culto. De ello dependía el bienestar de los individuos
y de los pueblos, por lo que no se escatimaban los esfuerzos dirigidos
en esta dirección. Así, al cabo del tiempo, la vida ceremonial se tornó
tan extraordinariamente variada y rica.
La
celebración de cualquier actividad, de rituales, de guerras o alianzas,
siempre debía realizarse bajo el auspicio de las deidades celestes, por
lo que se desarrollaron complejos sistemas de calendarios que
permitieran hacer los pronósticos necesarios, que a su vez guiarían
tanto la vida de los individuos y su quehacer puramente ritual, como
también todos los campos de la actividad: agrícola, comercial,
productiva, social, diplomática, etc.
Esta asociación intrincada entre hombres y dioses explica lo que para algunos ha sido la obsesión maya con el tiempo.
Los mayas desarrollaron técnicas diversas para observar y registrar los astros y sus movimientos.
Se
trata de una astronomía“posicional”, es decir, que la observación se
hace en base a la posición del astro en relación al horizonte y al
paisaje, ya sea natural o modificado por el hombre.
En
la zona maya es posible encontrar, en varios sitios, la presencia de
edificios que se usaban para marcar el recorrido del sol, desde su
extremo norte en el solsticio de verano, hasta su extremo sur en el
solsticio de invierno, así como el centro, el lugar del equinoccio.
(Grupo E de Waxaktun).
El
mejor ejemplo de lo que pudo ser un observatorio propiamente dicho, se
encuentra en Chichen Itzá, cuya estructura interna le dio el nombre de
“El Caracol”. Sólo quedan los restos de una parte de la “bóveda” en
donde se hallan unas ventanas dirigidas a ciertos puntos en el
horizonte.
MATEMÁTICAS
Los
mayas desarrollaron un sistema matemático vigesimal, es decir, con base
en el número 20, y al igual que la numeración arábiga que nosotros
usamos, también es posicional, es decir, las unidades derivan su valor
de acuerdo a la posición en la que se encuentran, utilizando el cero
para anotar las posiciones vacías.
En
nuestro sistema la anotación es horizontal y corre de izquierda a
derecha, en el sistema maya, la anotación es vertical y corre de abajo
hacia arriba. Así como en nuestro sistema, un número tiene un valor
diferente dependiendo de su lugar en la columna de unidades, decenas,
centenas, millares, etc. en que se encuentre, así también lo es en el
sistema maya, sólo que cada lugar, en vez de aumentar por 10, lo hace
por 20.
Para
designar los números, los mayas usaron ciertos símbolos: el punto para
designar una unidad, la barra para el 5, un caracol para el cero y un
símbolo parecido al de la luna para designar en algunas ocasiones el
número 20. Mediante la agrupación de los puntos y las barras se generan
combinaciones que llegan hasta el 19. Para anotar el 20, se corre una
posición hacia arriba y se anota un punto que representa 1 unidad de 20,
y se coloca el cero en la posición anterior para denotar que está
vacía, de la misma manera que para anotar decenas, colocamos el número
en la segunda posición y anotamos un cero en la columna de las unidades.
Así
como en la primera posición se cuentan unidades, en la segunda cada
unidad se multiplica por 20, en la tercera por 400, en la cuarta por
8,000, en la quinta por 160,000, en la sexta por 3,200,000, en la
séptima por 64,000,000 y así sucesivamente. Dentro de este sistema es
posible anotar cualquier cifra.
Las operaciones de suma, resta y multiplicación son asimismo parecidas a las que nosotros utilizamos.
LA INVENCIÓN DEL CERO
De
entre los logros que se adjudican a los mayas y que con frecuencia se
resaltan, es la invención –más bien, descubrimiento– del cero.
El
cero puede tener diversos significados e implicaciones. Por una parte,
significa ausencia; por otra, es la manera de ocupar espacio en un
sistema de anotación posicional como el maya, y también puede indicar
inicio o completamiento en un sistema de cómputo cíclico.
De
acuerdo a las evidencias, el cero fue usado por primera vez en
Babilonia, algunos siglos antes de que los mayas lo emplearan. En la
India hace su aparición dos o tres siglos más tarde que en Mesoamérica;
es adoptado por los árabes quienes lo hacen llegar a Europa.
En
Mesoamérica, la anotación posicional más temprana corresponde a una
fecha en Cuenta Larga que aparece en la estela 2 de Chiapa de Corzo, en
la que se registra la fecha 7.16.2.3.13 (35 A.C.)
Sin
embargo, la estela 5 de Abaj Takalik reviste especial importancia para
la comprensión del origen del cero en Mesoamérica pues en las fechas que
en ese monumento se registran, a pesar de tratarse de la Cuenta Larga,
no se emplea un elemento para describir el concepto de cero como tal,
sino que simplemente la posición que ocuparía se omite por completo y
por ello, en lugar de cinco posiciones, describe solo cuatro, seguidas
del día del calendario ritual:
8.3.2.10 5 (signo del día-Perro) y 8.4.5.17 11 (signo del día-Movimiento)
La primera anotación puede ser completada así: 8.3.2.[0].10 5 Perro; la segunda como 8.4.5.[0].17 11 Movimiento.
En ambos casos, el espacio en blanco corresponde al cero.
Esto
indica que el uso de un marcador para el cero como tal no fue previo a
la práctica de la anotación posicional, sino que fue posterior. Es
decir, el sistema posicional ya estaba en funcionamiento aun antes del
descubrimiento del cero.
A
pesar de las variables que pueden existir, el uso de un símbolo
explícito para expresar el cero lo más probable es que sucediera después
del 125 D.C. (la última de las dos fechas citadas de la estela 5),
alrededor del segundo o tercer siglo de la era cristiana.
El
uso explícito del cero se halla por ejemplo en la fecha 8.14.0.0.0 (317
D.C.) y en las estelas 18, 19 de Waxaktun donde hallamos la fecha
8.16.0.0.0 (357 D.C.)
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